Para no enfrentar los pogromos uno a uno.
Torrepacheco en medio de una ofensiva reaccionaria.
Friedrich Schenck, “Angustia”. 1878
0. Una misma ofensiva: largo y cálido verano.
Mientras los medios progresistas alertaban sobre los excesos de la polarización o se esmeraban en convertirse en laboratorios de datos, las fuerzas reaccionarias alimentaban un ecosistema de agitación, emocional e ideológico propio que le permitiese lanzar y sostener movilizaciones a la ofensiva, con independencia de las citas electorales o los ritmos institucionales. Es esencial pensar políticamente lo que suponen esas ofensivas, qué tienen todas en común, para entender el carácter de lo que está en juego y no perderse en las crónicas de sucesos, en los datos o en la ensalada de declaraciones.
Estados Unidos se endeuda más aún para engordar una suerte de milicia pro gubernamental, la policía migratoria o ICE, que lanza redadas de hombres encapuchados y sin identificar contra trabajadores que no tienen los papeles en regla, para deportarlos a auténticos campos de concentración. Se trata, asegura, de una gran operación de deportaciones masivas para proteger a los “real American” de de los delincuentes, aunque en la inmensa mayoría de los casos los cazados no hayan cometido ningún delito.
En Argentina, Milei justifica sus medidas de recorte social contra los más humildes apelando explícitamente a su crueldad:
“Sí, soy cruel, kukas -refiriéndose a la oposición peronista- inmundos (…) soy cruel con ustedes, con los gastadores, con los empleados públicos, con los que le rompen el culo a los argentinos de bien”. (El subrayado es nuestro, será importante).
En España, si uno sólo atiende a las noticias sobre el sistema político, pareciera que estamos sólo ante un enconado combate entre la oposición y el Gobierno. Sin embargo, lo que está en juego no es la alternancia sino un cambio de régimen: una restauración que, dando el Régimen del 78 por amortizado, retroceda unos cuantos pasos en una involución autoritaria que haga imposibles tantos los desafíos democráticos de la última década como su resultado institucional más tangible: una mayoría política como aquella en la que hoy descansa el Gobierno. Porque esa mayoría es ilegítima y no representa a “los españoles de bien”. (De nuevo el énfasis es nuestro, será importante). Así que el Gobierno no sólo debe caer y su presidente ser encarcelado, como expresó Aznar, sino que deben tomarse las medidas para garantizar que sea sólo un breve paréntesis en la historia de España. Para ello se moviliza la militancia de los altos estamentos del Estado, del poder económico y mediático concentrado y de la infantería ultraderechista.
Durante más de un año ha habido concentraciones fascistas frente a la sede del PSOE en la calle Ferraz de Madrid, que a estas alturas ya son decenas de ataques a sedes del partido en toda España, todas sin que se hayan producido concentraciones de desagravio o defensa de las mismas, así como agresiones a varios de sus concejales. Hace escasos días VOX, que según el PP tiene un mayor “sentido de Estado” que el gobierno de coalición, pidió la deportación de 8 millones de residentes en España, con independencia de su situación administrativa, sin aclarar quién decidiría la composición de estos 8 millones, porque no se trataba de una propuesta electoral ni de una medida de gobierno, sino de una convocatoria ideológica. Desde entonces se han sucedido el intento de pogromo racista en Alcalá de Henares y el pogromo de Torre Pacheco en Murcia, en el que centenares de fascistas han organizado batidas y cacerías contra ciudadanos de aspecto “magrebí”. Vox ha dado apoyo a esas batidas y el PP ha reaccionado exigiéndole “respeto”… a los inmigrantes.
Por encima de las evidentes particularidades, hay dos rasgos comunes, dos dinámicas que unifican todos estos episodios y que tienen mucho que ver con los rasgos definitorios del fascismo. En primer lugar, en todos ellos la crueldad, la violencia del lenguaje y de los actos, no es un accidente sino el mensaje mismo. En segundo lugar, todos estos casos comparten una misma concepción reaccionaria y esencialista de la nación como un cuerpo siempre enfermo del que hay que “extirpar” agentes patógenos.
La crueldad orgullosa.
En las batidas de ICE en los parques públicos o centros de trabajo, en la motosierra de Milei y sus exabruptos, en la exhibición del escuadrismo y sus porras en Torre Pacheco o el ensañamiento de la persecución de los propagandistas de la extrema derecha contra cargos de centro izquierda en España, en todos ellos la puesta en escena es de un brutalismo exhibicionista. La virulencia no se oculta, no se maquilla, tampoco necesita ser explicada. Porque no es un medio sino el mensaje en sí mismo.
-El mensaje de un poder invencible, arrollador, que debe ser temido y querido porque es fuerte. Es ilustrativa de esta concepción una frase emblemática de Trump:
“Si tienes un historial de victorias, la gente no te abandonará. Puedes ser todo lo duro y despiadado que quieras. (Pero) si pierdes mucho, nadie te seguirá, porque nadie quiere seguir a un perdedor”.
Del fascismo, hay que recordar, a menudo seduce su impetuosidad, su sensación de marcha arrolladora en su simplicidad, sin melindres: dejen paso a los que marchan. Seduce a los más envilecidos, asusta y dispersa a los demás. Casi todo el mundo quiere ir con los ganadores, con los fuertes.
-Un mensaje divertido: contenido que las plataformas recompensan y multiplican. Imágenes que son consumidas por millones en las pantallas, que impresionan y enseñan. Su propia desmesura proporciona un goce enfermizo a todos los que lo ven “a cubierto”, les muestran que disfrutan del privilegio de que a ellos nadie los secuestre un día.
-Un mensaje de Estado de excepción. La sociedad sana está sometida a una amenaza tal, a un peligro existencial, que es necesario suspender de algunas garantías, dejarse de tonterías: estamos en guerra. Las películas nos han educado para ello: en el momento de la verdad no se puede uno andar con chiquitas. El régimen Trump invocó la Alien Enemies Act, de 1798 y pensada en caso de invasión militar, para pedir plenos poderes en la guerra contra los trabajadores migrantes. Lo excepcional, como bien sabemos, aparece primero como temporal pero siempre llega para quedarse. Los campos de concentración nazis fueron la importación a las metrópolis de lo que las potencias venían haciendo en sus colonias con los que no eran apenas humanos, los militares africanistas españoles libraron una guerra colonial, de despojo y castigo colectivo, contra su propio pueblo cuando desembarcaron en la península en julio de 1936. Salvando, afortunadamente, todas las enormes distancias: aquel “a por ellos” jaleado a la puerta de los cuarteles para alentar a los voluntarios que iban a reprimir el referéndum catalán llega hoy hasta las puertas de Ferraz o de cada sede del PSOE en España. La excepción se va generalizando y el “ellos” cada vez se nos acerca más.
-En último lugar, estas redadas, que estigmatizan y aterrorizan, si no son contestadas -y es muy difícil contestarlas todas, permanentemente- deshacen cualquier posible lazo comunitario. Tanto para quienes las ven y pasan de largo como para quienes se acostumbran a ser cazados o cazables, la sociedad se resquebraja y sólo queda el miedo y el ansia de salvación individual. Esta violencia transforma la subjetividad e inyecta una vileza entre una población que se ve humillada y fragmentada, bloqueando así cualquier posible construcción de comunidad popular. La violencia pulveriza los vínculos, instaura la desconfianza, impide la comunidad popular, la autoconstitución de los de abajo.
Varias víctimas directas o indirectas de las redadas de la policía migratoria ICE han manifestado su decepción con Trump, del que se han confesado votantes. Esto no es una anécdota curiosa, igual que no lo es ni nunca lo ha sido el reclutamiento de los más pobres y más incultos para las partidas escuadristas. Trump no ocultó su barbarismo ni sus intenciones. Ocurre que muchos de los que las apoyaban simplemente no calcularon bien su radio de aplicación: nunca pensó que pudieran ser “ellos”. Estamos ante el núcleo de la subjetividad del siervo, que es un producto directamente buscado por la brutalidad reaccionaria: gente que no sólo no se opone a que machaquen a otros más vulnerables sino que puede considerar que eso revaloriza su propia condición -por ejemplo tener los papeles en regla- y puede que hasta experimente un goce inconfesable cuando cree que la puerta se cierra justo a sus espaldas, como cuando uno oye llover desde el calor de la cama.
La discusión queda reducida entonces al perímetro hasta donde se puedes estrechar la democracia, a quién puede acabar siendo golpeable, deportable, descartable.
Si John Berger decía que “las manifestaciones son ensayos para la revolución”, podemos afirmar entonces que las redadas y los pogromos son ensayos para el fascismo
La noche de los cristales rotos.
La nación está enferma. Le sobra pueblo.
Para los reaccionarios lo que sea la nación no depende de la voluntad de quienes la componen, sino de unas esencias más o menos congeladas que suelen coincidir con una jerarquía racial, sexual y de clase que identifica a los privilegiados como el patrón de la comunidad. Esta comunidad es natural, y cualquier diferencia a su interior, por ejemplo de desigualdad social, de minoría nacional o de género, es una diferencia política, que para ellos significa falsa, introducida desde fuera por agentes patógenos.
Esto significa que el pueblo excede siempre potencialmente a la nación, que en consecuencia ha de ser puesta a salvo y por encima de la voluntad popular. Por eso para ellos la soberanía es antes nacional que popular. El demos tiene que ser permanentemente patrullado, disciplinado, mutilado, reconducido a un ethnos monolítico en el que, como no cabe ninguna diferencia, se naturaliza, despolitiza y así reifica el poder de los propietarios, que es al final la voz de la nación. Ahora sí, argentinos de bien, real Americans, españoles de bien. Todos vivimos aquí pero no todos somos portadores de la esencia de la nación. Ellos si, porque son la parte sana. Por eso patrullan y dan carnets.
La operación hegemónica de los reaccionarios entonces es como sigue: la parte sana (ahora sí: real american, argentinos de bien, verdaderos españoles o españoles de bien) debe gobernar el todo, a pesar de quienes integran la población pero no son del todo nación . España va bien si los buenos españoles la gobiernan, de lo contrario hay inestabilidad y crispación.
En el extremo, la nación enferma cuando es gobernada por una voluntad popular ajena a sus intereses. Esa excedencia es más bien una excrecencia, que debe ser extirpada. Si nos apuramos, es más importante extirpar que el contenido de lo extirpable en cada caso. Por eso, a pesar de Hollywood, lo definitorio del fascismo clásico no era el antisemitismo y hoy la mayoría de los (pos)fascistas pueden aplaudir al Estado genocida de Israel.
Lo definitorio es mutilar. Estrechar el demos, normalizar la excepción, gobernar mediante el extirpado, la disciplina del miedo y de la vileza entre los de abajo. E imponer así la única ley de la palabra del señorito.
No enfrentarlos uno a uno.
Por eso esta ofensiva no puede ser librada (sólo) sobre los cuerpos de los migrantes. Porque eso sería condenarse a una suma de minorías entre los excluidos y los “solidarios”. Es un suicido intelectual y político oponerle, a la pasión de marchar y extirpar, los datos sobre el porcentaje de delitos cometidos por personas de origen migrante, o su contribución al PIB nacional. Como habría sido un delirio enfrentarse a la ola antijudía de los años 30 explicando las profesiones y trayectorias de cada uno de los judíos. Estas ideas sólo se les ocurren a gentes que no han tocado nunca lo político y su intensidad propia: la de amigo/enemigo. Y sólo pueden calar en una izquierda que tiene aversión al conflicto y que cuenta entre sus filas con más periodistas y “expertos” que militantes.
La “España de toda la vida” que invocan los reaccionarios, es en ese sentido la historia de una mutilación constante del pueblo realmente existente. Es la historia de unas élites incapaces a las que le sobra siempre medio pueblo para su nación: judíos, moros, herejes, liberales, demócratas y republicanos, anarquistas y rojos, catalanes, maricas, moros. Sin embargo, este recorrido no es para regodearse en un conjunto de minorías en los márgenes, ni en una celebración de las diferencias. Es para señalar la principal y gran tarea de los demócratas en nuestra tierra: la construcción de un hilo (pluri)nacional-popular español, en el que la nación no está por encima del pueblo trabajador sino que es la expresión de su libre determinación y su poder, por encima de la violencia y la explotación de los señoritos de ayer y de hoy. Ese es el ellos para un nosotros democrático y popular. La defensa del Gobierno actual sólo vale la pena en la medida en que sea un momento de este proyecto histórico: dejar de ser siempre un paréntesis en el devenir de nuestra patria.
Hubo un tiempo, hace exactamente una década, en que la insatisfacción de los Torre Pachecos y los Alcalá de Henares se articulaba contra “los de arriba” y aspiraba a hermanar al conjunto de los que trabajan. Estamos hoy lejos de ello, pero conviene no perder el norte intelectual.
Y mientras tanto: llamar a las cosas por su nombre, no librar las batallas de uno en uno y explicar la ofensiva reaccionaria a todos los que la temen o la intuyen: Hay que convocar la defensa de la democracia, que entendemos como la posibilidad de poder y dignidad de los sin título, que llamamos pueblo. Hay que urgir al Gobierno a utilizar el poder que aún tiene, puesto que el que no se emplea se pierde, para avanzar en una reforma del Estado que disminuya el poder de los grupos fascistas, comenzando por su influencia en las fuerzas y cuerpos de seguridad. Y superar el miedo que paraliza y aísla, lo cual sólo se hace juntándose, con una activación popular en la calle que se hace ya de extrema urgencia. Y dedicar más tiempo al rearme ideológico que a los datos.
Muy interesante 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?